allende

Prefiero esta foto a la de la salida del Palacio de la Moneda porque me gustan las cosas pequeñas capaces de multiplicarse más allá de sus límites. Un resto así entraña un naufragio y entonces una resistencia y también la derrota y un duelo. Un resto así señala lo perdido, lo que siempre hemos perdido porque por momentos somos capaces de un golpe de fuerza pero el poder se nos ha escapado y no se puede. Y señala la ausencia. La del que ya no está y las últimas horas entre el polvo y las balas. La del que vio un futuro que ya no se ve. La del que no quiso ser botín pero sabía —como yo no sé y acaso no sabré nunca— que sus desilusiones no eran la forma definitiva del mundo.

Eso es: la ausencia a la que esta foto alude mejor que la otra, y con ella todas las ausencias perpetradas después. Incluida la de cualquier cosa que se parezca a la soberanía de un pueblo.

Pero también la huella, el resto que se empeña y alude, y alude y alude a todo lo que falta.

Prefiero esta foto porque es menos icónica y entonces menos digerible, y porque todo lo que calla crece silenciosamente como las semillas enterradas.

O quizá porque soy una pretenciosa a la que le gusta hacer retórica, lo que no es descartable. En este mundo nuestro, quedan muy pocas cosas verdaderamente afuera.