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La parábola de los talentos: un hombre entrega dinero a cada uno de sus siervos, para que ellos lo hagan producir según su capacidad. Al primero, cinco talentos. Al segundo, dos talentos. Al tercero, uno. El primero devuelve diez al amo. El segundo, cuatro. El tercero, que se ha limitado a enterrar el dinero porque sabe que su señor cosecha donde no ha sembrado y recoge donde no ha esparcido, devuelve el talento que se le dio en principio. El amo maldice al tercer criado.

El talento como algo ajeno. Como algo que no te pertenece, que debe devolverse por el doble de lo que se recibió.

A M. también lo carcomía eso.

«La página en blanco les paraliza tanto como un cheque en blanco que tuvieran que rellenar con una cantidad muy superior al  talento que ellos creen poseer«. Cuartillas blancas que deberían sumar la cantidad de dinero robada (la cultura como un asalto de clase a la biblioteca de la casta universitaria). Cuartillas blancas que sumarían la cantidad de talento robado que yo pudiera verter en ellas. Y una parte para mi madre, que no confía en que yo le devuelva completa la porción de mi capacidad que a ella le toca. Qué pasaría si esa blancura no fuese la medida de una deuda impagable. Cómo podría suceder así.

Sueño que mi madre y yo —y una tercera persona que no aparece en el sueño— hemos robado  un banco. Yo he sido encargada de repartir el botín en tres partes de 76.000 € cada una, y he puesto cada parte en una caja grande de cartón. Mi madre me dice que no se fía de que haya contado bien el dinero. Es más, no se fía de que no haya puesto más dinero de la cuenta en la parte que me corresponde. Mosqueada por la desconfianza, me dirijo a las cajas, para llevarle una y mostrarle los fajos de billetes. Repaso el borde de uno con los dedos —pero ahora estoy yo sola—, con el pulgar hago pasar rápidamente el filo de los billetes. Solo que no son billetes: son cuartillas en blanco. Montones de cuartillas en blanco. Un cabreo monumental me bulle en el cuerpo: yo me he molestado en contar y dividir todas esas cuartillas, y mi madre me dice que no se fía de mi trabajo.

Durante el día reparo en que guardo montones de fotocopias en cajas archivadoras. Es la obra completa de Azorín, es la bibliografía acumulada en torno al escritor y su relación con la pintura. Todo eso debería haberse convertido ya en una tesis, pero la tesis no está escrita. Cuartillas en blanco. Me he molestado durante años en buscar, leer, anotar, todos esos papeles, y sigo teniendo cuartillas en blanco. Es más: me he molestado durante años en atesorar toda esa letra, y mi madre sigue saliéndome con que yo debería haber hecho Medicina o Ingeniería. Materia contable.

Si nos fiamos de la Esfinge, mi trabajo sería aquello que  escapa a la ley de lo medible. A la ley del deseo del Otro (en este caso, de la otra). Escribir la tesis es entonces infringir la ley, asaltar un banco, hacerse con un botín que no puede reducirse a número.

Hum. Esta Esfinge es un poco folletinesca. No sé yo si el Vaquilla iba a estar muy de acuerdo con ella.

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el tierno arribista abre su corazón amargo y lo vuelca sobre el mundo

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Cuenta Juan Ramón Jiménez que allá por los finales del XIX, Valle-Inclán se iba a la casa de Candelas con este número de Alrededor del mundo bajo el brazo, entraba en el local, se sentaba en una mesa del fondo, colocaba la revista ante sí apoyándola contra una botella de agua, y se quedaba «absorto, inefablemente sonreído sobre la Primavera de Botticelli«. Chicuelillo mío…

Faroni se me presenta con candidez en el despacho para preguntarme dónde estaría él situado en una escala que fuese de Gómez de la Serna a Nietzsche (el escalafón traiciona a la cronología). Es tan osada la ignorancia, pero tan tiernamente desvalida la pretensión artística de mi particular Gregorio, que me azora tener que descubrirle la auténtica altura de sus ocurrencias. Capeo torpemente las preguntas acerca del valor de su obra para la Historia, aludo con timidez a la inmensidad que separa lo digno y lo genial.

Seguramente soy yo lo más indigno en todo este asunto.
Quién fuera Fernando Fernán Gómez para ocasiones semejantes.

La próxima vez que A. me proponga un trabajo, juro que mi respuesta será NO. (Dama pequeñísima / moradora en el corazón de un pájaro / sale al alba a pronunciar una sílaba: NO.)

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La casta pedagógica.

b

a

Contrafuegos y otros pertrechos para resistir la que se nos viene encima.

a

¿Por qué recontrapajolera razón todo el mundo cita este maldito artículo del carajo que no existe donde dicen que existe?